Escribió Santa Teresa de Ávila:
“Si Satanás pudiera amar, dejaría de ser malvado”.
El evangelio que hemos proclamado nos evoca dos elementos claves en la actuación de Jesús: Cafarnaúm y la sinagoga. Cafarnaúm, la casa de Pedro, será el centro de sus actividades en Galilea. La sinagoga ofrecía buenas ocasiones para anunciar el mensaje. Los judíos se reunían en ella los sábados y leían fragmentos de la Escritura y los comentaban, como hacemos ahora nosotros. Y en medio de ellos Jesús enseñaba “con autoridad”.
Es el profeta que educa para la vida: acepta la realidad, la reconoce: enfermedades, pestes, contratiempos que conducen a la muerte, y da a entender que se puede seguir adelante a pesar de todo ello. Que se puede amar a pesar de todo, porque el hombre está hecho para amar, aunque encuentre la oposición de mil fuerzas.
Hoy nos muestra que las fuerzas del mal están agazapadas en cada uno de nosotros, tanto en nuestro interior como en el exterior. Ellas querrían hacer callar la voz autorizada de Jesús.
A esas fuerzas se les conoce como “espíritus inmundos” que Jesús combate con sus signos de salvación, de liberación del mal, de su toma de contacto con el mundo y su miseria, para arrojar fuera todo lo que esclaviza al hombre.
La palabra de Jesús tiene suficiente fuerza para liberarnos de todo mal, de todo pecado.
¿Cómo se manifiestan hoy esos “Espíritus Inmundos”?
LA FUENTE DEL MAL:
Hoy no es corriente creer en el demonio. Pero no creo que pueda negarse la realidad del mal en el mundo.
Que se personifique esta realidad de mal en el diablo o no es secundario.
Lo que es grave es que nuestra sociedad actual niega en la práctica la existencia del mal, niega la existencia de la línea que divide lo bueno de lo malo.
Esta sociedad consumista, permisiva, escéptica, tiende a esconder la realidad cruel de mal y de muerte presente en la vida humana.
Y sin mal no hay salvación; porque entonces ¿de qué tenemos que salvarnos?
IMPACTO DEL MAL EN NUESTRA VIDA:
El contenido “religioso” de este pasaje no es la existencia de los demonios, sino la necesidad de luchar contra todo lo que oprime y “posee” al hombre, sea cual sea la interpretación cultural que de este hecho vaya dando cada generación.
“Espíritu inmundo” significa todo lo que no es apto para la más mínima relación con Dios; representa lo que hay de opuesto a Dios en la realidad del mundo; es el símbolo de la incomunicabilidad con Dios;
El signo de todo aquello que en el hombre, en todos y en cada uno de nosotros, está en radical oposición con el Padre.
LOS DEMONIOS DE HOY:
¿Cuáles serán ahora los demonios?
La ambición de poder y de dinero, la manipulación socio política y las desigualdades económicas,
Las opresiones de unos hombres y de unos pueblos por otros, la violencia institucional y subversiva, la carrera de armamentos, la degradación ecológica, la idealización y banalización del sexo, las envidias, los rencores e incomprensiones a todos los niveles, las drogas...
Los que nosotros deberíamos combatir con más esfuerzo podrían ser:
La desesperación, que nos lleva a creer que la vida no tiene sentido, que todo es malo, que no hay nada que hacer;
El triunfalismo, que es el extremo contrario: creer que el mundo es un paraíso, que se puede recoger sin sembrar, que la vida cristiana puede existir al margen de la cruz;
La evasión, que es dejar el trabajo para los demás, que para eso están;
La rutina, que nos hace esclavos del propio pasado y de las propias costumbres.
Frente a esa realidad viene Jesús a ofrecernos:
LIBERACION
Jesús nos invita a liberarnos de los falsos valores que la sociedad nos presenta y de los ídolos de nuestro corazón, que nos poseen y nos dañan, que nos impiden hacer la voluntad del Padre. Esta invitación no va a quitarnos los problemas, pero sí nos va a ayudar a afrontarlos de un modo nuevo.
Hoy Jesús nos llama a la libertad, nos invita a liberarnos de los valores falsos que el mundo nos presenta como salvadores y de los ídolos de nuestro corazón que nos impiden hacer la voluntad del Padre, que nos poseen y nos dañan. Esta invitación no va a quitarnos los problemas, pero sí nos va a ayudar a afrontarlos de un modo nuevo, libre y lleno de amor.
Nuestras palabras sólo tendrán algo de la fuerza de convicción que tenían las de Jesús si nacen de una verdadera experiencia, si hablamos de lo que realmente vivimos, si la hemos interiorizado de modo que vivamos de ella. Nuestras palabras, para que puedan creerse, deberán ir acompañadas por el testimonio de las obras.
JESUS ES LA PALABRA